El Último Sermón en Salem - Capítulo 2


 
La Anciana del Mercado

    El amanecer trajo consigo una niebla baja que se filtraba entre las casas como un espíritu errante. Jonathan, con los ojos hundidos por la falta de sueño, salió de la posada envuelto en su abrigo de lana. Se dirigió hacia la plaza, donde los mercaderes comenzaban a instalar sus puestos.

    Los pobladores apenas le dirigían la mirada, sus rostros marcados por la misma fatiga inquietante que había notado la noche anterior. No eran solo el frío ni las privaciones. Era algo más profundo, algo que se adhería a ellos como un malestar imposible de sacudir.

    Caminó entre los puestos hasta que una voz quebrada lo llamó.

—Forastero…

    Se giró y vio a una anciana encorvada, cubierta con un manto grisáceo. Sus ojos eran dos carbones apagados que lo escrutaban con interés.

—Pareces confundido. Como si hubieras visto algo que no debías.

    Jonathan sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Anoche… escuché cosas —admitió con cautela—. Y vi… una sombra.

    La anciana asintió lentamente, como si hubiera esperado aquella respuesta.

—La ciudad no es lo que parece. Salem ha estado enferma por mucho tiempo.

    Jonathan se inclinó levemente hacia ella.

—¿Enferma? ¿A qué se refiere?

    La anciana miró de soslayo a su alrededor antes de responder en un susurro áspero.

—Los juicios… no son más que una distracción. Una caza de brujas para ocultar algo peor. Algo que se esconde debajo.

    Jonathan frunció el ceño.

—¿Debajo?

    La anciana le tomó la mano con una fuerza inesperada para su edad. Su piel era áspera y fría como la de un cadáver.

—No busques respuestas donde no debes, forastero. Hay cosas en Salem que duermen bajo tierra, y algunas han empezado a despertar.

    Jonathan tragó saliva. Antes de que pudiera responder, la mujer lo soltó y se alejó entre la niebla, desapareciendo como si nunca hubiera estado ahí.


Los Túneles Olvidados

    Las palabras de la anciana persistieron en su mente durante el resto del día. Algo dormía bajo Salem. Algo despertaba.

    Jonathan pasó la tarde en la sala común de la posada, hojeando los documentos que había traído consigo sobre los juicios. Pero sus pensamientos divagaban. Las sombras, los susurros, la torre inexistente. Todo parecía conectar de alguna forma con la advertencia de la anciana.

    Al caer la noche, tomó una decisión.

    Si había algo oculto bajo Salem, lo encontraría.

    Las crónicas hablaban de túneles y sótanos olvidados bajo las casas más antiguas, algunos utilizados por los primeros colonos para escapar de ataques indígenas o para esconder contrabando. Si algo residía en las entrañas de la ciudad, esos túneles eran el mejor lugar para buscar.

    Vestido con ropas oscuras y una linterna de aceite en la mano, salió de la posada y se dirigió a la iglesia, uno de los edificios más antiguos de Salem. Según algunos relatos, desde sus cimientos partía un entramado de pasadizos que conectaban con el resto de la aldea.

    La noche era un manto pesado y silencioso. La plaza estaba desierta, excepto por un perro famélico que se escabulló entre las sombras al verlo pasar. La iglesia se alzaba imponente, con sus ventanales oscuros como cuencas vacías observándolo.

    Empujó la puerta con cautela y se deslizó adentro. El interior estaba en penumbras, impregnado con el aroma a cera derretida y humedad. Jonathan avanzó entre los bancos, dirigiéndose hacia la parte trasera donde, según sus investigaciones, debía haber una trampilla.

    Y la encontró.

    Era una losa de madera oscura, casi imperceptible en el suelo de piedra. Se arrodilló y pasó los dedos por los bordes hasta encontrar el mecanismo de apertura. Con un esfuerzo sordo, levantó la trampilla, revelando un túnel descendente envuelto en tinieblas.

    El aire que emergió de las profundidades era gélido y olía a tierra vieja y algo más… algo metálico, como el olor de la sangre oxidada.

    Jonathan tragó saliva y encendió la linterna. La llama danzó, proyectando sombras grotescas en las paredes de piedra desnuda. Se ajustó la bufanda alrededor del cuello y descendió los primeros escalones.

    El pasaje era estrecho, apenas lo suficiente para que pudiera avanzar sin agacharse. El silencio era absoluto, interrumpido solo por el eco de sus propios pasos.

    Después de unos minutos de caminata, el pasadizo se ensanchó en lo que parecía una cámara subterránea. La linterna reveló algo que le heló la sangre.

    Las paredes estaban cubiertas de inscripciones antiguas, símbolos que no reconocía. Y en el centro de la cámara, una losa de piedra marcada con un sello oscuro, tallado con precisión sobre su superficie.

    Se acercó con cautela, sintiendo cómo la temperatura descendía con cada paso. La losa parecía vibrar levemente, como si algo latiera debajo de ella.

    Entonces, una voz surgió de la oscuridad.

—Forastero…

    Jonathan se giró abruptamente, levantando la linterna. Pero no había nadie.

    Y luego, de la losa, comenzó a brotar un susurro gutural, profundo y antiguo, que no pertenecía a ninguna lengua humana.

    Jonathan sintió que el suelo temblaba bajo sus pies.

    Había encontrado algo que nunca debió ser descubierto.


El Corazón de las Tinieblas

    Jonathan sintió cómo la piel se le erizaba al escuchar aquel susurro antinatural, que parecía provenir tanto de la losa como del aire mismo. La linterna tembló en su mano mientras sus ojos recorrían frenéticamente la cámara subterránea, buscando la fuente de aquel sonido imposible.

    La vibración bajo sus pies se intensificó.

    Sin pensarlo, retrocedió, su respiración agitada reverberando en el silencio pétreo. El susurro se transformó en un murmullo más claro, pero aún ininteligible. Parecía un idioma antiguo, olvidado, como si innumerables voces lo pronunciaran al unísono desde la profundidad de la tierra.

    De pronto, algo cambió.

    Las inscripciones de las paredes comenzaron a brillar con una luz tenue, un resplandor púrpura que parecía sangrar desde las mismas grietas de la piedra. Jonathan sintió cómo su mente luchaba por procesar lo que veía. No era magia, no era religión. Era algo más, algo anterior a cualquier concepción humana de poder.

    Un escalofrío recorrió su columna cuando la losa en el centro de la cámara empezó a resquebrajarse.

    El murmullo cesó.

    Jonathan, con el instinto de un hombre al borde de un precipicio, apagó la linterna y contuvo la respiración.

    En la oscuridad, solo el sonido de su propio corazón lo acompañaba. Pero entonces, desde las sombras más profundas, escuchó un crujido. Algo más respiraba con él.

    Con un esfuerzo desesperado, giró sobre sus talones y corrió de regreso por el túnel.

    La sensación de ser perseguido era insoportable. No necesitaba mirar atrás para saber que algo lo seguía, que algo había despertado. Su propia sombra se distorsionaba en las paredes mientras la tenue luz de la superficie se acercaba.

    Finalmente, emergió en la iglesia, cayendo de rodillas sobre el suelo de madera. Su pecho subía y bajaba con jadeos frenéticos mientras la trampilla se cerraba detrás de él con un estruendo seco.

    Pero el eco que quedó en el aire no era solo de la madera.

    Desde el suelo, algo susurró su nombre.

...


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